Como sabén, si hay una película que levantó polvareda este año en el cine nacional, esa es El secreto de sus ojos de Campanella. No sólo en base a su éxito comercial sino también en cuanto al círculo de críticos, en algunos hubo consenso, en otros hubo una visión completamente positiva y en otras una que la instala como a un producto mediocre. Fancinema no es la excepción, y aquí publicamos un texto que se contrapone a la crítica positiva que publicamos hace varias semanas. Bienvenido sea el debate y el intercambio.Por qué El secreto de sus ojos no es una gran películaEl título de este texto parece un poco soberbio, una verdad que se pretende irrefutable. Pero vale usarlo en este contexto: no hay asado, cumpleaños, bautismo o casamiento que no aparezca alguien que te pregunte “¿Viste
El secreto de sus ojos?”. Un éxito que no es sólo comercial, sino que ha logrado trascender las barreras de un director resistido como Juan José Campanella y se ha instalado con un consenso crítico que asusta. Es ese tipo de consenso un poco reaccionario, que genera un público acrítico y que celebra lo exitoso como indiscutible. Pero a casi dos meses de su estreno y con una taquilla que supera holgadamente el millón de espectadores, se hace necesario decir que
El secreto de sus ojos
no es una gran película.
A Campanella hay que reconocerle una cosa: tiene oficio. Y ese oficio, construido con la mecanización que le aporta su trabajo de años en la televisión norteamericana, lo ha llevado a explorar territorios como los de la comedia romántica (
El mismo amor, la misma lluvia) o el costumbrismo con cuotas de nostalgia (
El hijo de la novia,
Luna de Avellaneda) con singular llegada en el público argentino.
Campanella tal vez entienda al cine como una sumatoria de películas que van construyendo una huella digital de autor. De hecho el tema de la identidad sobrevuela sus películas, sobre todo una necesidad de construir relatos “argentinos”, como si el gentilicio fuera en realidad un adjetivo calificativo (como el tango que celebra lo porteño). Así es como vemos que en esta adaptación de la novela de Eduardo Sacheri, el director mantiene ese amor que trasciende al tiempo de
El mismo amor…, el costumbrismo de
El hijo de la novia y lo político-costumbrista de
Luna de Avellaneda. La novedad aquí es que se suma lo policial, un registro de género puro.
Así como la emoción y la sensiblería en las anteriores películas superaban el orden de lo tolerable, en
El secreto de sus ojos funciona la acumulación pero en otro sentido: un guión complejo que lo hace salir y entrar constantemente en diversos géneros, datos abarrotados, tiempos que se mezclan, aturde ideológicamente. Campanella, tras la fría recepción de
Luna de Avellaneda, se tomó un tiempo para cambiar de rumbo, pero no hizo más que continuar parado en el mismo lugar. Si hasta Ricardo Darín y Soledad Villamil vuelven a jugar a la pareja perdida en los recovecos del tiempo -también políticos- y Guillermo Francella no es otra cosa que la nueva cara del habitual compinche del protagonista que solía interpretar Eduardo Blanco, aunque más preciso.
Todo esto puede llevar a entender el por qué del éxito. El espectador argentino de los últimos 30 años tiene una identidad audiovisual más cercana a la televisión que al cine, y esto se traduce en una tolerancia mayor a la repetición y una búsqueda de lo convencional como sustento de calidad asegurada. Eso es lo que le da Campanella al espectador que ve el arte como una ecuación costo-beneficio: la confianza de que los $ 18 de la entrada van a ser recuperados con buenas actuaciones y factura técnica irreprochable.
FormaHasta aquí los reparos que le hacemos a Campanella están relacionados con el falso avance que supuestamente representa su última película. Y a lo mejor esto no es culpa de él, sino de la crítica que sorpresivamente parece haberse rendido a sus encantos que combinan un cine de supuesta reflexión con el espectáculo. Buen cine industrial que le dicen. Pero basta observar detenidamente la estructura sobre la que trabaja para descubrir nuevamente las grietas de un cine demasiado calculado. Los mejores pasajes de
El secreto de sus ojos habría que buscarlos en la primera hora, donde Darín (Benjamín Espósito) comparte más minutos con Francella (Sandoval) en su intento por deshilvanar el ovillo del tiempo que lo lleva a la Argentina de Isabel Perón en la década del 70. Esos momentos, hay que decirlo, son justamente los que se inscriben en el territorio que mejor maneja, el de la comedia de personajes, casi una buddy movie: hay un muy interesante trabajo sobre el habla de la época, sobre los pasillos de Tribunales, diálogos que son ejecutados por dos actores que dicen sus líneas con bisturí.
El problema es, y aquí comienza parte del enmarañamiento de la película, que el humor aparece como un gesto de complacencia de Campanella hacia al espectador antes que una actitud coherente y lógica de sus personajes. El trasfondo del film es el crimen de una joven cometido 30 años atrás, que el personaje de Darín pretende retomar para escribir una novela. Pero el hecho tiene lazos fuertes con el pasado violento del país y además la historia de amor que anida es una referencia a la propia historia de Espósito. Nadie dice que no se puede contar con humor un drama, pero en todo caso hay que ser consecuente con la decisión estética que se adopta. En un momento determinado el humor desaparece -porque lo que se empieza a contar es demasiado serio para Campanella- y la película se torna pesada, solemne y confusa. Lo que queda en evidencia aquí es que el humor no era propio de la historia, sino un elemento del guión. Una variable más en la ecuación que es la película toda. La forma no funciona porque no es respetada ni siquiera por el director.
FondoEl secreto de sus ojos respira una atmósfera de cine negro y esto complota con las propias necesidades de Campanella. El noir es un género sin moral y el director es sumamente moralista. El inconveniente es que siempre en su cine quie

bra esa moral de manera arbitraria. O crea una nueva que podríamos definir como “doble moral”, tan práctica a la clase media argentina. En
El mismo amor… Darín pide un par de coimas; en
El hijo de la novia Darín permite la desocupación de sus empleados; en
Luna de Avellaneda Mercedes Morán se queda con la plata del club porque no puede pagar la luz. Esto se emparienta con una forma de ser muy argenta, la del “no pago los impuestos porque el Estado se afana la guita”. Un aval demagógico de la trampa.
Lo que pasa en
El secreto de sus ojos es más preocupante aún. Nuestros héroes, Darín y Villamil, torturan psicológicamente a un personaje y la película lo avala porque ese tipo fue un asesino. En un noir convencional esto se deja pasar, pero en una de Campanella no, porque 10 minutos después cuestiona a un juez que liberó al asesino. No hay disimulo en ambas escenas: el trabajo con la música y la posición de la cámara sostiene el punto de vista de Darín y Villamil. Campanella justifica la tortura psicológica en una película que habla del pasado, la justicia, la memoria y el crimen. Y se cree muy progresista.
Hay un personaje clave, que interpreta Pablo Rago, que es el esposo de la víctima que originó la investigación. En un diálogo con Darín sobre la justicia y la búsqueda de la verdad, repite “no piense más”. ¿Cómo rebota esto con aquella vista gorda a la tortura? ¿Y más aún con el último plano que cierra una puerta y una película, que concluye en un registro festivo olvidando lo contado minutos antes?
El secreto de sus ojos entonces no sólo no es tan buena, sino que además es una película preocupante.
Mex FalieroImágenes:
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